El joven que tocaba la puerta
Mi abuelo solía contarme las más bellas historias, usaba palabras que en ocasiones no entendía, pero aun así disfrutaba cómo sonaba cada vez que lo pronunciaba.
La voz de mi abuelo era ronca
y cálida, amaba la forma en la que me narraba cada historia.
Recuerdo que cuando él murió,
mi madre me entregó un diario donde estaban escritas cada una de las historias
que me contaba. Me aferré a ese diario y no lo solté durante todo el funeral.
Eventualmente, por sucesos de
la vida misma, me había olvidado de aquel diario, hasta cierto día en
particular. Alguien tocó mi puerta, cierta noche de invierno.
Un joven de mi edad,
aproximadamente, se alegró de que le hayan abierto la puerta.
-
¿Lo conozco? – pensé, por alguna razón, se me
hacía muy conocido.
-
Buenas noches, ¿don Carlos Sáenz, vive aquí? –
preguntó.
-
¿Don Carlos? Lo siento mucho, él ya no vive
aquí – respondí cortésmente. – Él falleció hace mucho tiempo – agregué con
tristeza.
-
Maldición – murmuró y, posteriormente, se
disculpó por causar molestias a estas horas de la noche y con el frío que
hacía.
-
No se vaya, por favor – pronuncié aquellas
palabras sin pensarlo mucho, temí arrepentirme. - ¿Nos conocemos? – le
pregunté.
-
¿Qué relación tiene usted con don Carlos? –
inquirió.
-
Soy su nieta – respondí.
El joven frente a mí sonrió y
estrechó mis manos con alegría.
-
Tú eres Eureka – dijo y nuestras manos se
separaron.
-
Sí, ese es mi nombre – contesté. - ¿Cómo sabes
mi nombre? – interrogué.
-
Tu abuelo me contó mucho sobre ti – respondió
con una sonrisa amable. – Él decía que también amabas sus historias al igual
que yo – reveló.
A pesar del posible peligro,
me atreví a invitar al joven a entrar a mi casa. Me contó que su nombre es
Daniel y que mi abuelo solía darle clases particulares debido a una enfermedad
que padeció cuando niño.
Me dijo que, por inspiración
de mi abuelo, se hizo escritor de literatura infantil, cuando me dijo su
apellido lo reconocí de inmediato e inmediatamente se ruborizó.
-
Yo vine porque quería leer todas las historias
que escribió para ti – reveló con cierta vergüenza.
Lo miré y le hice una señal
para que me espere mientras iba a buscar aquel objeto que deseaba ver con sus
propios ojos. Salí corriendo de la sala y me fui hacia mi escritorio donde
suelo guardar el diario de mi abuelo.
-
Aquí está – lo coloqué sobre la mesa.
-
¿Esto es… lo que creo que es? – preguntó con
una gran sonrisa dibujada en su rostro.
-
Sí, lo es – respondí con una sonrisa.
Daniel abrió el diario con
delicadeza, temía que el mínimo movimiento brusco pueda romper aquel objeto.
-
Esto es muy bello – sollozó. – Tu abuelo era mi
héroe – me miró con lágrimas en sus ojos.
-
Cuando era niña, disfrutaba mucho sus historias
- comenté. – Me alegra saber que alguien más también las apreciaba – sonreí.
Daniel me miró por unos
segundos, y por alguna extraña razón, se acercó a mí y, lentamente, tomó mis
manos. Acarició las puntas de mis dedos por unos largos minutos.
-
Espero que cumplas tus sueños – susurró y me
dio un beso en la mejilla. – Debo irme, espero que nos podamos encontrar de
nuevo – me dijo e inmediatamente salió, ni siquiera pude ofrecerme a
acompañarlo hacia la salida.
Cuando Daniel se fue, empecé a
revisar las historias que mi abuelo había escrito para mí y recordé, en ese momento,
algo que había olvidado por completo.
Corrí hacia mi habitación y
busqué un antiguo álbum de fotos con todo lo que mi abuelo y yo habíamos
pasado. Allí encontré la razón por la que Daniel se me había hecho tan
familiar.
Encontré una foto donde Daniel
y yo estábamos abrazados en lo que intuyo sería su casa (que era gigantesca,
por cierto).
Esa noche, me fui a dormir con
una sonrisa en el rostro. Sin embargo, antes de dormir, se me ocurrió averiguar
un poco del trabajo de Daniel a través de internet. Lo primero que me salió en
los resultados de la búsqueda fue una noticia que me impactó mucho.
Reconocido escritor de
literatura infantil muere en trágico accidente – leí y no lo pude creer. - Esta tarde, el reconocido escritor tuvo un
aparatoso accidente mientras conducía su auto… - intenté leer, pero me sentí
confundida por todo lo que, aquella noche, me había pasado.
Al día siguiente, pude
averiguar en que cementerio sería enterrado y acudí al lugar en la tarde cuando
la ceremonia había concluido.
Cuando me acerqué, sentí una
brisa fría en mi nuca como si de un susurro se tratase.
-
Eres tú – escuché una voz a lo lejos.
Inmediatamente, intenté buscar
el origen de aquella voz, pero no podía encontrar a aquella persona.
-
Gracias por venir – escuché otra vez.
-
¿Dónde estás? – pregunté al viento, como si él
me estuviese hablando.
-
Estoy aquí, pero me iré ahora – explicó la voz.
– Soy Daniel – agregó.
En ese momento, una fuerte
ráfaga de viento se manifestó ante mí y alcancé a ver una figura humana en el cielo,
era el joven que tocaba la puerta.
Quería agregarle un final romántico, pero al final me pareció mucho más interesante un final melancólico.
Daniel es como el mismo aire que viene desde algún pasado, manifestándose en forma de escalofríos en la nuca, muy buena historia
ResponderBorrarMuchas gracias por tu comentario y apreciación.
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